Son nuestras antenas, nuestros órganos sensoriales, mediante ellos nos comunicamos con el exterior, y con nuestro propio cuerpo.
Que tan despiertos los tengamos dependerá de cuánto puedan actuar como unidad.
Por ejemplo, no solo es posible escuchar con los oídos, también podemos escuchar con todo el cuerpo. Pero lo importante es comprender, que si los usamos individualmente, se estará mandando mensaje al cerebro para que asocie con información que antes guardó.
O sea, en otras palabras, lo que veo, lo que oigo, lo que huelo, etc., sin unirme a ello, me instalará en el pasado mediante un movimiento intelectual, rápido e inconsciente, que no me permite Observar y Escuchar de forma pura, objetiva, consciente, amorosa, presente. A todo lo estaré dotando y cargando con mi condicionamiento.
Y ¿cómo escucho, cómo observo con todo el cuerpo, para no hacer participar a mi intelecto?
Me entreno, simplemente me entreno, para que surja esa sensibilidad.
Meditando, para poder vivir instantes más allá del pensamiento y me de cuenta de mi Naturaleza infinita.
Uniéndome a cualquier entidad que no haya sido creada por el pensamiento me estaré sintiendo en total armonía con ella, ya sea una flor, un árbol, una nube, la luna, el mar, un riachuelo, las gotas de lluvia, el cantar de las aves. Esa sensibilidad se entrena.
Y así estaré comunicándome con los otros, con la vida, con lo que sucede, mediante mis sentidos despiertos. Entonces estaré practicando la Percepción directa, la Escucha pura la verdadera Observación.
Así estaré, por ejemplo, escuchando a un amigo que me cuenta algo, sin ponerle contenido mío, ni interpretación, ni proyección. Y en esa pureza, en ese instante sagrado, la Sabiduría del Ahora nos dictará la respuesta.
Así estaré viendo los hechos que lleguen a mi vida como son, sin connotación emocional.
Así tal cual. Con los sentidos despiertos. Según lo haya entrenado, tendré esa sensibilidad.