Consideremos al cuerpo como el campo donde aparecen tensiones:
miedo, ansiedad, defensa, agresión.
Las conocemos bien, algunas incluso nos llegan a enfermar.
Esas tensiones son energía fijada, cristalizada, colapsada en distintas partes del cuerpo, que no solo provocan síntomas: dolor, irritación, inflamación, contracturas, sino que guardan una cierta memoria.
En otras palabras, hay esquemas repetitivos guardados en el cuerpo: cuando pasa tal cosa me siento de tal manera.
Y así, vamos fijando esas tensiones a través de los años con un mecanismo automático, cada vez que hacemos un juicio a lo que se presenta.
Más claro: cada vez que opino que algo debería ser de otra manera,
almaceno en mi cuerpo una tensión.
Esa tensión desencadena cambios físicos, químicos y psíquicos en mi cuerpo.
Cuando elegimos la Percepción directa, en cambio,
dejamos al cuerpo libre de los efectos de ese ejercicio mental.
Queda entonces el organismo entero dependiendo del Estado puro,
como si le hubiera cambiado de jefe.
Así, libres, sin tener que responder a esas tensiones,
las células recuperan la información de perfecto funcionamiento.
Vuelve a estar disponible el manual de instrucciones de la normalidad.
Ya no hay órdenes contrarias y específicas provenientes del inconsciente.
¿Quién manda en tu organismo?
Puedes cambiarle el patrón.