Una vida consciente es para uno. Es para adentro.
No es para cambiar al mundo, si bien todo cambia alrededor.
Uno transmite, pero sin querer hacerlo.
No tienes algo más de lo que eras antes,
por el contrario, hay bastante cosa que se desprendió.
Ya no hay persona casi. Y ese es el premio.
Dice un refrán zen: “Antes del despertar, entrar leña, traer agua.
Después del despertar, entrar leña, traer agua.”
Porque el despertar es eso: reconocerse inmenso, infinito, Todo, Amor.
Y vivir desde ahí. Ver desde ahí. Hacer todo desde ahí. Ofrecer desde ahí.
Pero no como si fuera una decoración, un adorno, algo externo.
Porque esto sería engrosar lo que tuviste el privilegio de debilitar.
La conciencia es de base, como es de base la respiración para el cuerpo.
Cuando haces algo, no dices que lo hiciste respirando.
Así como el oro es la base del anillo. Lo mismo.
Despertar no puede ser un objetivo.
Vives en forma consciente y el proceso y el resultado
ya tendrán el misterio y lo sagrado incorporado.
De base.
No tienes ni siquiera que explicarlo.
Lo que tienes que comunicar te brotará.